
Los biocombustibles son combustibles producidos a partir de biomasa. La biomasa en su definición, es aquella energía química producida por la fotosíntesis de los vegetales. La fotosíntesis es el proceso por el cual, la energía solar y moléculas simples como el dióxido de carbono (CO2) y el agua (H2O) son transformadas en macromoléculas más complejas como la glucosa (C6H12O6) obteniendo como subproducto oxígeno (O2). Esta biomasa a las que nos referimos puede provenir de cultivos tales como la soja, el maíz o la caña de azúcar, sometida a distintos procesos industriales para la obtención final de combustible líquido.
Dos de los biocombustibles más simples de producir y más ampliamente utilizados en el mundo son el bioetanol y el biodiesel (denominados de primera generación). El primero de ellos es producido a partir de la fermentación de azúcares presentes en especies vegetales tales como el maíz, la caña de azúcar, la remolacha, la yuca, el trigo y el sorgo. El maíz predomina en los Estados Unidos como principal fuente de bioetanol, mientras que en Sudamérica, más precisamente en Brasil, la principal fuente es la caña de azúcar.
El bioetanol puede ser utilizado puro en motores de vehículos especialmente modificados, o en mezclas del 5 a 20 % con nafta convencional. En este último caso el motor del vehículo no requiere de una adaptación especial. En el país vecino gran parte del transporte público es exclusivamente impulsado a partir de bioetanol y el desarrollo de esta industria es enorme considerando que el 27% de la energía total producida proviene de la biomasa.
El biodiesel se produce a partir de la esterificación de aceites vegetales (aceite vegetal + calor + catalizador químico). Es producido a partir de ciertas oleaginosas como el girasol y la soja, y al igual que el bioetanol puede ser utilizado de forma pura en motores de vehículos especialmente adaptados o en mezclas del 5 a 20% con diesel convencional. En este último caso tampoco precisa el motor de una adaptación especial.
En breves palabras el maíz, la caña de azúcar y la soja son actualmente utilizados para producir biocombustibles. Los biocombustibles a su vez se posicionan como el más firme sustituto de los combustibles fósiles frente a otras ERNC’s (energías renovables no convencionales) como la eólica, solar o hidroeléctrica.
Efectos de la producción de biocombustibles en la sociedad y la economía
En primer lugar, si bien países como Estados Unidos y Brasil están a la vanguardia de esta producción y su cifra es considerable en la producción total de energía de ambos, los biocombustibles aún siguen siendo más caros de producir que el petróleo. Por ejemplo, la producción de crudo actualmente cuesta un promedio de 30 centavos dólar por litro. Para producir un litro de bioetanol con el mismo poder energético se necesitan 37 centavos de dólar en Brasil, 45 en Estados Unidos, y 75 en Europa. Es por esto que si bien la explotación de biocombustibles es una realidad, económicamente sigue siendo pensada como una fuente de energía a futuro.
Cuando se aborda el tema de nuevas energías como los biocombustibles, numerosos estudios alertan sobre el impacto en la seguridad y la soberanía alimentaria. La seguridad alimentaria se define como el derecho al acceso a alimentos de calidad en cantidad suficiente que poseen las personas. Hace referencia al derecho de los pueblos de producir sus propios alimentos, abastecerse con ellos y proteger su mercado agrícola interno. En este contexto surgen las inquietudes de varias organizaciones sociales e investigadores: ¿Puede la industria de los biocombustibles disparar los precios de los alimentos básicos? ¿Puede haber escases mundial de alimentos si comienzan a destinarse a la producción de biocombustibles?
Lo cierto es que tomando en cuenta la competencia que generan los cultivos destinados a combustibles frente a cultivos agrícolas destinados a alimentos por la superficie sembrada y que la producción de uno supone la no producción del otro o su disminución, esto resulta en un aumento de precios de los alimentos por competencia frente a un rival que en muchos casos resulta ser más rentable.
Es en este marco donde las potencias mundiales (principalmente los Estados Unidos) son miradas con más recelo. Imaginando un mundo sin crudo, serían ellas quienes más combustible demanden, y ejercerían una fuerte presión sobre el precio y el control de superficies sembradas, pudiendo poner en riesgo la soberanía y la seguridad alimentaria de los pueblos de las naciones más necesitadas.
Impacto ambiental
Es aquí donde los biocombustibles tienen todos los pro a su favor. En primer lugar representan una fuente de energía renovable. En segundo lugar y en comparación con los derivados del petróleo, tanto en su forma pura como empleado en mezclas, los biocombustibles reducen considerablemente la emisión del gas invernadero CO2 (aprox. 20-25%). También se reduce, en comparación, la emisión de monóxido de carbono (CO), gas neurotóxico para los seres vivos. Hay que sumar a todo esto que el ciclo de producción es un ciclo biológico, por lo que el proceso fotosintético de los cultivos estaría sumando a la ecuación la producción de oxígeno (O2) a partir de más CO2 ambiental. En contraposición, puede señalarse como punto negativo la gran demanda de agua que los cultivos necesitan para su desarrollo.
Consideraciones generales
Estamos entonces en un punto medio de indecisión ¿Son los biocombustibles buenos o malos? ¿Son la fuente de energía del mañana o el motivo de la hambruna mundial futura? ¿Se debe promover su producción o se debe restringir? ¿Su menor impacto en el ambiente es una realidad o considerando desechos y subproductos más el alto requerimiento de agua, tiran por la borda el mote de energía limpia?
En primer lugar, el mundo del mañana va a seguir necesitando combustible, el movimiento es vida, por lo tanto, no se puede negar que ante el agotamiento de las reservas de crudo existe una alternativa energética viable.
Respecto a la amenaza de los biocombustibles frente al precio y abastecimiento de alimentos y recursos agrarios, aquí introducimos un término que parece encontrar el equilibrio: Los biocombustibles de segunda generación.
Los biocombustibles de segunda generación se producen a partir de biomasa no proveniente de alimentos. Es decir que pueden provenir de desechos vegetales producidos por la actividad agraria. Pueden provenir de desechos de industrias alimentarias y/o químicas o pueden provenir de biomasa producida por microorganismos fotosintéticos. Un ejemplo de este último son una amplia variedad de microalgas que son capaces de producir aceites como fuente de biomasa y se adaptan para crecer en distintos escenarios acuáticos que no necesariamente deben ser cursos naturales de agua.
El problema con los biocombustibles de segunda generación es que aún falta mucha investigación y desarrollo de tecnologías para hacer factible y económicamente rentable su explotación. Pero son una realidad, son un recurso y está en la capacidad evolutiva del ser humano aprovecharlos como una fuente de energía que no ponga en juego el suministro de su propia energía: los alimentos.
En la Argentina en tanto, el uso de biocombustibles o combustibles a partir de biomasa no representa siquiera el 2% de la energía total producida (dato no menor comparado con el 27% de Brasil). Este dato parece no corresponderse con la inmensa fuente de biodiesel que producimos a nivel nacional. Sí, la soja. Mientras sea política de estado y modelo económico producir y comercializar la soja como commodity y no como un producto de valor agregado como puede ser el biodiesel, nos estaremos perdiendo una enorme oportunidad económica. Mientras el mundo se debate entre biocombustibles de primera o segunda generación, aquí apenas los estamos conociendo.
Por el Licenciado Joaquín Pérez Escalante
Fuente: 0223.com.ar