Opinión: ' Una dieta baja en kilovatios '
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Colombia no ha vuelto a vivir algo parecido. Interrupciones eléctricas, sí, muchas. Pero nada como aquel castigo cotidiano que contribuyó, tanto como las bombas y los asesinatos, a construir el imaginario del ‘Estado fallido’.
La institucionalidad del sector eléctrico, radicalmente rediseñada después de la crisis, ha evitado que se repita el racionamiento. Es entendible, por tanto, la preocupación del sector ante la decisión del Presidente de asumir las funciones de la Creg, el ente regulador. El mercado eléctrico es complejo y cualquier decisión tomada con fines políticos, y en contravía de lo técnico, podría socavar la solidez que ha tomado tres décadas construir.
Una preocupación tiene que ver con el llamado cargo por confiabilidad. Colombia es un país con suerte: obtiene la mayor parte de su electricidad de fuentes hídricas, que son renovables y comparativamente baratas. A nuestro país “le llueven los kilovatios”, como me dijo un ingeniero del sector.
Pero no siempre llueve. Para estar preparados para las sequías, se almacena agua en los embalses durante las épocas lluviosas. Y para no gastar el agua –así como para atender la demanda que no atienden las hidroeléctricas– se acude a otras plantas generadoras, que funcionan con gas, carbón o combustibles líquidos. Pero esas plantas deben mantenerse a punto aun cuando no se están usando; de lo contrario, no estarán listas cuando se necesiten: ese ha sido el secreto de la estabilidad eléctrica posapagón. Para eso ha servido el cargo por confiabilidad.
Como en todo mercado regulado, el mecanismo es susceptible de mejoras. Pero eliminarlo, como se ha llegado a sugerir, podría dejarnos sin energía de respaldo cuando lleguen los tiempos secos. Y los meteorólogos advierten de una alta probabilidad de sequía en los próximos años, producto del fenómeno de El Niño.
El crecimiento del país exige, además, ampliar su capacidad de generación. En este frente, al retraso de Hidroituango se le suman demoras en la vinculación de nuevas generadoras al sistema nacional. La interconexión de seis parques eólicos en La Guajira, en particular, está detenida por consultas con comunidades. Si el Gobierno no halla la forma de destrabar esos procesos, no le será posible crecer en generación y a la vez cumplir su promesa de promover las energías verdes.
Del mismo modo, no es compatible con esa promesa un artículo del Plan Nacional de Desarrollo que multiplica por seis las contribuciones que deben pagar ciertos proyectos eólicos y solares, marchitando el interés de los inversionistas por ese mercado.
Y tampoco encaja con los objetivos ambientales de la Administración su antipatía por la minería a gran escala. La transición energética implica electrificar más el mundo. Se busca reemplazar vehículos de combustión por vehículos eléctricos, por ejemplo. Pero para electrificar se necesitan minerales: cobre y aluminio para los cables, litio para las baterías, tierras raras para motores y turbinas, acero para los aerogeneradores. Y un formidable etcétera.
¿Cómo vamos a hacer la transición energética sin las materias primas y los incentivos económicos que requiere?
No es sano que las decisiones del Ejecutivo no casen con sus promesas. Y más grave sería que esas decisiones nos forzaran, al cabo de unos años, a una dieta baja en kilovatios, tanto de los verdes como de los otros. Sumidos en otra horrible noche.
THIERRY WAYS
En Twitter: @tways
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